| Blancas palomitas
                  “El hábito no hace al monje”,  se dice. O también: “Las apariencias engañan”. Tal vez esto sea cierto, pero su  contrario también lo es. El vestuario dice mucho sobre quien lo usa: sus  disposiciones estéticas, sus recursos, sus funciones sociales. DUSSEL, Inés (2000)              Podemos  pensar a la ropa como medio poderoso para la regulación de las poblaciones y  los cuerpos. Desde este punto de vista la vestimenta convierte a los cuerpos en  “signos legibles”, permitiendo que el observador reconozca patrones de  aceptación o transgresión a ciertas convenciones. Los códigos de  vestimenta han sido importantes en la formación de la escuela pública. El usar  algún tipo de uniforme conlleva una serie de conductas del sujeto que lo porta.  Este signo de “legibilidad” social tiene una larga historia en la historia  educativa occidental. En la superficie de los guardapolvos hay inscriptos  sentidos diferentes de la promesa de inclusión social, sentidos que involucran  saberes sobre la organización social, las identidades propias y ajenas, la  autoridad, la sexualidad. Por ejemplo: a través del aprendizaje sobre la  vestimenta apropiada, los alumnos y maestros incorporan nociones sobre el  poder, los límites del disenso, lo permitido y lo prohibido, el pudor y la  trasgresión. También aprenden que hay algunos cuerpos más pasibles de  regulación que otros, y que hay jerarquías y normas sociales no escritas pero  ejercidas.
 Desde la Edad Media,  los estudiantes universitarios vestían togas para su graduación. En la escuela  elemental, la adopción del guardapolvo tuvo que ver, con las prácticas de las  escuelas religiosas entre los siglos XVI y XVIII. En las escuelas de caridad  que surgieron en ese período, destinadas al principio a niños indigentes, se  empezó a usar uniforme para mantenerlos limpios y distinguirlos de otros niños.  Usaban el color azul, asociado tradicionalmente a las clases serviles. El  modelo era el hábito religioso. Estos uniformes debían tener ciertas  características: ser expresión de humildad y aparentar modestia.
 Paralelamente a  la  influencia religiosa surge la  tendencia de los “hábitos cívicos” que empiezan a surgir con los ejércitos de  la Revolución Francesa y que, después, se van extendiendo a otras profesiones  civiles como las bandas de música municipales y los empleados públicos. Las  ideas de mérito, cumplimiento, obediencia a una autoridad civil, introducen  algunas rupturas aunque también reconocen parentescos con el sistema ético  religioso. Así las escuelas “seculares” del siglo XIX adoptaron esta noción de  “hábito” y la redefinieron según otros discursos en boga.
 En el caso de la  Argentina, el guardapolvo se introduce en las primeras décadas del siglo XX,  modificando el paisaje de las escuelas. Su adopción fue paulatina. Inicialmente  el  Estado prohibía el uso de uniformes  por considerarlos símbolos distintivos de las escuelas privadas. Son los  docentes, directivos e inspectores quienes comienzan a instituir su uso en las  escuelas públicas (muchos son los que se adjudican la autoría). En las fundamentaciones  que aparecen sosteniendo el uso del guardapolvo se distinguen tres componentes:  como elemento democratizador, como elemento higiénico y como resguardo de la  "decencia y el decoro".
 A  diferencia de lo que ocurrió con otras prácticas escolares, no es el Estado  quien lo instaura como obligatorio. Recién en el año 1915, aparece una circular  para las escuelas de Capital Federal que autoriza y promueve el uso del  guardapolvo para los maestros como medio de "inculcar a los niños la  tendencia de vestir con sencillez" (pero no lo obliga) La recomendación  para su uso por parte de los niños surge en el año 1919.  Cada provincia lo fue adoptando en forma  obligatoria en diferentes momentos. Por ejemplo en la Provincia de Buenos Aires  el Consejo General de Educación en 1926 establece en su artículo 1º “ El uso  del uniforme (delantal o guardapolvo blanco) será obligatorio [...]. Art3º El  uniforme deberá ponerse al ingresar a la escuela y no sacarse hasta la salida.  Podrá retirarse de la escuela únicamente para el lavado y el planchado a cuyo  efecto se deberá tener otro de repuesto” (Revista de Instrucción Primaria,  Bs As, 1926:15420)
 Por uso, costumbre y por  "recomendación" del Estado serán las   cooperadoras las encargadas de dotar a los niños de guardapolvos en el  caso de que las familias no puedan hacerlo.
 El guardapolvo  confirió  un sentido de pertenencia que  ayudó a la expansión del sistema educativo. El orgullo de vestirlo, como  símbolo, se asoció a la movilidad social ascendente. También, tuvo la ventaja  de instaurar parámetros sobre la obediencia a la autoridad dando, además,  señales claras sobre quién transgredía las reglas. Por otro lado, la difusión  del guardapolvo blanco como prenda higiénica encontró fundamento en el discurso  médico y la “guerra contra los microbios” característicos de la concepción  pedagógica de esa época.
 Bibliografía  DUSSEL,  Inés (2000),  “Historias de guardapolvos  y uniformes: sobre cuerpos, normas e identidades en la escuela”, en Gvirtz, S.  (2000),  Textos para repensar el día a día escolar. Sobre cuerpos, vestuarios,  espacios, lenguajes, ritos y modos de convivencia en nuestra escuela, Bs. As., Santillana, pp.105-132.
 LINARES,  M.Cristina (2003) Notas para el Museo de las Escuelas(mimeo)
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